Mirar y ser mirado. El revés de la clase está en la atónita ojeada de los alumnos que sin ningún prurito juzgan a su criterio si el chiste recién inventado es digno de una sonrisa o un bostezo. Claro que no es uno, uno uno uno, su ser y la mar en coche lo que queda expuesto en la imagen escolar pero sí una identidad, mascarada del relato pedagógico, que está funcionando para que algo pase.
Cuando el hilo que va y viene entre esa identidad y el colectivo de miradas que acechan se corta un estallido se produce. Si es para bien o para mal solo el tiempo podrá definirlo. La interrupción, la incomodidad y el desacato han provado su productividad en la Historia. Lástima que en las últimas ocho horas de trabajo el cuerpo en el cruce disruptivo haya sido el mío.
Estoy exhausta.
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