las señales no se decodifican

Flor, una amiga de comienzos de la carrera, me enseñó a ver señales -como los griegos- en las manifestaciones de la naturaleza. En nuestro caso eran puertas de subte que se abrían justo enfrente nuestro, colectivos doblando rápido la esquina, un semáforo titilante o un volante con la palabra justa.
Imposible no decodificar, darles uno u otro cariz. A la larga, esas luces semióticas parpadean y emiten sombras, volvemos a mirar el pasado y entendemos que no, que no era ESE chico al que se refería la marca de perfume que adornaba una revista española sino al OTRO, el que conoceríamos tanto tiempo después. Sentimos la verdad en la punta de la lengua y más tarde sabemos que no habría que haber soñado con el color rojo porque era púrpura el vestido que debíamos vestir.