¡Nada a interpretar ni a significar, pero mucho a experimentar!. Deleuze / Guattari "Rizoma"

lunes, julio 26, 2004

Después de hora en la oficina

Hola, cómo estás, quería saludarte, pero no me dio che. Me pareció que sería mucho mejor que fuese sin hache, palabra de movida de agua nomás y no hola de que te saco la mano del bolsillo a lo lejos con esta temperatura horrible y la muevo más o menos como "oooolaaaa" y no pasa nada más que un sentimiento incómdo. Así que no te saludo, tacha el hola. En fin... Quería escribirte también, y estuve, de hecho escribiendo una larga carta, pero bueno, no logré transmisión alguna de pensamiento, así que no te escribí. Tuve un llamado, además, con unas cosas imposibles y me quedé como en vavia. Me justifico, claro, sin importancia.
Yo quería decir algo, pero no se pudo, che. No hubo caso. Volví de pronto a mi cara, pegada ahí en el corcho, saludándome casualmente... o sea, ¿cómo te digo?. Esa cara que dice sin parar, justamente, NADA. ¿Cómo digo "nada"?. NADA. Nada de mar, básicamente, aunque muchos holas. HOLA, a mí misma. Qué patético.
Bueno, lo que queda es eso, viste, decir la verdad: que borré todo y sólo pude dejar blancos y tachaduras. Que más da, ¿no?. Incomunicada, no me andan los sistemas de intercambio. Tengo los parlantes sin electricidad, así que ni música. En fin. Se fueron todos ya, linda forma de hacerme oír la de la cantata en secreto encerrada frente al espejo en este baño de oficina. ¿Y qué más podría aclararte? Ninguna cosa es la cosa esa que pensaste. Por otro lado, aclaraciones de por medio, una nunca entiende lo que el otro quiso escuchar. Más vale pájaro en mano. O lo que sea que tengamos volador y al alcance. No puedo explicar nada, ahora mismo no puedo decir más que: estoy mirando por mi ventana, desde el Este. Y lo peor es que es terriblemente hermoso. Al otro lado tengo paredes, así que solamente veo eso. Y encima, con el ánimo que tengo, me asalta un milagro chotísimo: el sol. El sol y esta hora maldita de irme cuando no quiero, las siete de la tarde, esta combinación insidiosa. El muy hijo de puta enardecido de rojos, la ciudad tan guacha brillante y sonriendo de costado como frente a mí, preparándose para dormir o para vivir. No sé, y en medio de esta luz, mal que me pese, me pongo segura de estar acá. Y yo justo que quería irme. Me agarra un no se qué, como una calentura, se me revuelve todo y se me levantan los pelos. Y otra vez miro por el vidrio y me toco el cuerpo y pareciera que está vivo, calentito, tentador. ¿Qué vamos a hacer?.
Es obvio, por otro lado, que si hay una carta no estoy, y vos tampoco, pero bueno, qué querés que haga, ¿que no imagine?. Voces, eso. Con tanto silencio, es fácil imaginarme voces. Y es que con esta vista y estos rayos no puedo dejar de sentir algo al lado mío. UN RUIDO: son las teclas de porquería que presiono, pero che, qué parecido que suena. Se parece a tu corazón, chorreante, rebotando contra mi mano. Y al mío vomitivo, igual que este huevo frito ahí explotando contra el cielo.
Y no puedo decir mucho, así que, vamos algrano: ¿qué te parece que meta a algún ser vivo en el microondas, a máxima potencia?.
Cómo ahora, qué siento ESO, y que tal vez sería mejor tirar esta computadora por la puta ventana rojiza y atardecida. Hasta que se haga de noche, bien rapidito y que no haya un color más que mirar, ni un contorno más que adivinar en las terrazas de enfrente. O capaz sea hora de que acepte que está claro que lo mío es este lugar blanquecino y que lo otro me queda todo muy lejos, porque total no pasa nada. La noche no existe. Y che, algo quería decirte a todo esto. Que me voy a tomar el vino que encuentre, y de paso me voy a tirar las botellas por ahí, que mientras haga ruido el vidrio (y no pienses, ojo, que te estoy llamando) me olvido de la luz, de los colores, de la ciudad alrededor, y de que estoy acá, sola, escribiendo como una estúpida por no quedarme en silencio y por miedo a adivinar que todo sigue siendo tan sublime, a la distancia.

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